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Un enemic del poble: ¿Y si nos replanteamos la democracia?

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“On  hi ha raó, desapareix la idea de justícia”
(Un enemic del poble; Henrik Ibsen)

La Real Academia Española define la palabra Democracia como una doctrina política que es favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. Si nos basamos, pues, en esta definición, podríamos decir que es la mejor forma de gobierno posible, porque se basa precisamente en la idea de que el poder depende de la voluntad del pueblo. Pero, ¿y si no fuera así? ¿Y si la democracia solo fuera una trampa cuyo objetivo es el de hacernos creer un argumento concreto bajo el único pretexto de que eso es lo que “cree” la mayoría y que, en consecuencia, es lo objetivamente “bueno y verdadero”?

Este es el conflicto moral que se plantea en Un enemic del poble, texto original del autor noruego Henrik Ibsen que durante un mes y hasta este pasado fin de semana se ha representado en el Teatre Lliure de Montjuïc como versión libre de Juan Mayorga y Miguel del Arco. Bajo la dirección de este último y con un elenco de lujo formado por 15 actores, Un enemic del poble nos presenta un argumento en el que la corrupción, el abuso de poder, la hipocresía y la manipulación cobran el auténtico protagonismo. Una temática, sin duda, de plena actualidad y vigencia.

En Un enemic del poble, Pere Arquillué es Thomas Stockmann, un médico que descubre que el agua del balneario que dirige, principal fuente de ingresos del pueblo, está contaminada. Sin dudarlo ni un momento, se lo comunica a su hermano Peter (Roger Casamajor), quien además es el alcalde, con el objetivo de hacer público su descubrimiento y poder solventar la situación cerrando cuanto antes las instalaciones. Y es ahí cuando empieza el conflicto. Porque Thomas se da cuenta de que el poder está por encima de la verdad. “¿No ves que los ingresos del pueblo dependen de la supervivencia del balneario?”, le espeta Peter sin vacilar.

Thomas deberá enfrentarse a este argumento una y otra vez. Los medios de comunicación, que inicialmente se habían posicionado a su lado, dejan de hacerlo cuando el alcalde les convence de que si dan alas a esta historia dejarán de recibir el apoyo que necesitan para continuar publicando. Y lo mismo ocurre con las organizaciones comerciales, cuya actitud cambia al ver que lo que está en juego es su propio bienestar. Poder político; poder mediático; poder económico. Tres poderes contra el bien moral. Y de fondo, un miedo y una cobardía que éstos manipulan a su antojo para hacerse con el poder más grande de todos: el de la opinión pública. “Tu hermano tiene el poder”, le dice Kat (Blanca Apilánez) a su marido. “Y yo tengo la razón”, le contesta él. Ella se pregunta entonces: “Pero, ¿de qué sirve tener la razón si no se tiene el poder?”.

A partir de ahí todo va hacia arriba. El escenario estático que nos había acompañado hasta el momento (recreación del balneario y de los estudios de televisión) se ve substituido por una acción que implica directamente al público. Se trata de una asamblea en la que Thomas se enfrenta directamente al pueblo. Se abren las luces y los actores se mezclan con los espectadores, cuya exaltación ha llegado hasta tal punto que a más de uno le entran ganas de levantar la mano para pedir turno y hablar.



La manipulación vuelve a ser clara: Thomas, representante del “bien moral”, de la libertad de expresión, casi no puede hablar. Tiene a todo el mundo en contra pero él continúa defendiendo su verdad. Y el nerviosismo y la excitación que se palpan en el ambiente desencadenan un monólogo final en el que Thomas / Arquillué se condena y se corona al mismo tiempo. Se condena porque dictamina ante el pueblo que la razón está en la minoría. Y se corona porque su intervención es un auténtico regalo para un público que vuelve a ser testigo de una lección teatral ofrecida por este brillante actor. Mención especial también a Roger Casamajor, Pablo Derqui y Jordi Martínez, cuya interpretación no se queda atrás.

Lo mejor de esta obra es sin duda la vigencia de un texto que nos hace pensar y darnos cuenta de que, más de un siglo después, continuamos enfrentándonos al mismo problema de siempre: las ansias de poder y enriquecimiento por encima de la verdad. Pero también lo es su capacidad por mostrarnos las dos caras de una misma moneda. Porque no es oro todo lo que reluce. Aunque está claro que Thomas sería el “héroe” de esta historia, también es cierto que su individualismo pasa por delante de su familia, condenándolos de por vida.

Si tuviésemos que destacar algo negativo del montaje nos decantaríamos por las piezas musicales con poemas de Ibsen utilizadas como recurso para hacer la transición entre escena y escena. A los problemas de audio, que impiden oír al cien por cien lo que se está cantando sobre el escenario, se añade el hecho de que no se acaba de entender el porqué de su introducción.


Un enemic del poble es una gran obra porque tiene la capacidad de tocar al espectador. “L’home més fort és el que està més sol”, concluye Thomas. Se apagan las luces y el público aplaude. Pero la sensación es que nadie se queda indiferente. Ahora toca reflexionar. ¿Podremos cambiar esta afirmación que, más de 100 años después, continua siendo tan real?


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