“On hi ha raó,
desapareix la idea de justícia”
(Un enemic del
poble; Henrik Ibsen)
Este es el
conflicto moral que se plantea en Un enemic del poble, texto original
del autor noruego Henrik Ibsen que
durante un mes y hasta este pasado fin de semana se ha representado en el Teatre Lliure de Montjuïc como versión
libre de Juan Mayorga y Miguel del Arco. Bajo la dirección de
este último y con un elenco de lujo formado por 15 actores, Un enemic del poble nos presenta un
argumento en el que la corrupción, el abuso de poder, la hipocresía y la
manipulación cobran el auténtico protagonismo. Una temática, sin duda, de plena
actualidad y vigencia.
En Un enemic del poble, Pere Arquillué es Thomas Stockmann, un
médico que descubre que el agua del balneario que dirige, principal fuente de
ingresos del pueblo, está contaminada. Sin dudarlo ni un momento, se lo
comunica a su hermano Peter (Roger
Casamajor), quien además es el alcalde, con el objetivo de hacer público su
descubrimiento y poder solventar la situación cerrando cuanto antes las
instalaciones. Y es ahí cuando empieza el conflicto. Porque Thomas se da cuenta
de que el poder está por encima de la verdad. “¿No ves que los ingresos del
pueblo dependen de la supervivencia del balneario?”, le espeta Peter sin
vacilar.
Thomas deberá
enfrentarse a este argumento una y otra vez. Los medios de comunicación, que
inicialmente se habían posicionado a su lado, dejan de hacerlo cuando el
alcalde les convence de que si dan alas a esta historia dejarán de recibir el
apoyo que necesitan para continuar publicando. Y lo mismo ocurre con las
organizaciones comerciales, cuya actitud cambia al ver que lo que está en juego
es su propio bienestar. Poder político; poder mediático; poder económico. Tres
poderes contra el bien moral. Y de fondo, un miedo y una cobardía que éstos
manipulan a su antojo para hacerse con el poder más grande de todos: el de la
opinión pública. “Tu hermano tiene el poder”, le dice Kat (Blanca Apilánez) a su marido. “Y yo tengo la razón”, le contesta
él. Ella se pregunta entonces: “Pero, ¿de qué sirve tener la razón si no se
tiene el poder?”.
A partir de ahí
todo va hacia arriba. El escenario estático que nos había acompañado hasta el
momento (recreación del balneario y de los estudios de televisión) se ve
substituido por una acción que implica directamente al público. Se trata de una
asamblea en la que Thomas se enfrenta directamente al pueblo. Se abren las
luces y los actores se mezclan con los espectadores, cuya exaltación ha llegado
hasta tal punto que a más de uno le entran ganas de levantar la mano para pedir
turno y hablar.
La manipulación
vuelve a ser clara: Thomas, representante del “bien moral”, de la libertad de
expresión, casi no puede hablar. Tiene a todo el mundo en contra pero él
continúa defendiendo su verdad. Y el nerviosismo y la excitación que se palpan
en el ambiente desencadenan un monólogo final en el que Thomas / Arquillué se
condena y se corona al mismo tiempo. Se condena porque dictamina ante el pueblo
que la razón está en la minoría. Y se corona porque su intervención es un
auténtico regalo para un público que vuelve a ser testigo de una lección teatral
ofrecida por este brillante actor. Mención especial también a Roger Casamajor, Pablo Derqui y Jordi
Martínez, cuya interpretación no se queda atrás.
Lo mejor de esta
obra es sin duda la vigencia de un texto que nos hace pensar y darnos cuenta de
que, más de un siglo después, continuamos enfrentándonos al mismo problema de
siempre: las ansias de poder y enriquecimiento por encima de la verdad. Pero
también lo es su capacidad por mostrarnos las dos caras de una misma moneda.
Porque no es oro todo lo que reluce. Aunque está claro que Thomas sería el
“héroe” de esta historia, también es cierto que su individualismo pasa por
delante de su familia, condenándolos de por vida.
Si tuviésemos que destacar algo negativo del montaje nos
decantaríamos por las piezas musicales con poemas de Ibsen utilizadas como
recurso para hacer la transición entre escena y escena. A los problemas de
audio, que impiden oír al cien por cien lo que se está cantando sobre el
escenario, se añade el hecho de que no se acaba de entender el porqué de su
introducción.
Un enemic del poble es una gran obra porque tiene la
capacidad de tocar al espectador. “L’home més fort és el que està més sol”, concluye
Thomas. Se apagan las luces y el público aplaude. Pero la sensación es que
nadie se queda indiferente. Ahora toca reflexionar. ¿Podremos cambiar esta
afirmación que, más de 100 años después, continua siendo tan real?
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