"Defiende
tu sombrero, por muy ridículo que parezca"
(Asier Etxeandía, El intérprete)
Hace poco más de un mes que el actor
bilbaíno Asier Etxeandía llegó a Barcelona para representar en el Teatre Lliure
de Montjuïc El intérprete, una
creación teatral autobiográfica que la temporada anterior, durante su estancia
en el Teatro La Latina,
había recibido un amplio apoyo tanto del público como de la crítica madrileña.
Las expectativas eran altas y así lo demostraba una platea llena que esperaba
ansiosa la salida al escenario del artista.
Tirando de “hemeroteca” o, lo que en
vocabulario twittero sería nuestro TL, nuestra valoración #postfunció fue la
siguiente: “En una escala del 1 al 10, El
intérprete es un 100: 100 energía, 100 espectáculo, 100 diversión, 100
emoción y 100 Asier Etxeandía”. Casi un mes después y con la obra asimilada,
reflexionada y, como diríamos en Catalunya, “païda”, nuestra sensación sigue
siendo la misma y continuamos pensando que ese 28 de octubre tuvimos la gran
suerte de ver, desde nuestra butaca en el Lliure, una obra en la que Etxeandía
ha sabido reflejar a la perfección el significado de la verdadera esencia de lo
que es el TEATRO.
Un cóctel de emoción y sentimiento
“Cuando
era pequeño era un niño raro. Cuando era pequeño tenía un montón de amigos,
invisibles. Cantaba y actuaba para ellos. Mis amigos invisibles eran yo mismo y
los demás, mis cómplices, mi público. Con ellos descubrí el maravilloso mundo
de mi imaginación y a ellos les debo todo lo que soy. El actor; el cantante; el
intérprete”. A
oscuras, con una pequeña melodía de fondo e iluminado por la luz de una cerilla,
Asier da inicio a su show con esta íntima confesión; una confidencia que desde
un principio nos hace cómplices de sus sentimientos y emociones. En apenas dos
minutos, ya nos tiene en su bolsillo y a partir de ahí todo va hacia arriba.
El
intérprete no es un
monólogo; tampoco una obra de teatro convencional. ¿Un concierto? No; esa sería
una descripción demasiado fácil y alejada de la realidad. El intérprete no es nada de esto y lo es todo a la vez. Y
precisamente ahí se encuentra la magia de este espectáculo que sorprende desde
el minuto uno y va in crescendo hasta
llegar a la cúspide final. A lo largo de sus casi dos horas de duración,
descubrimos al Asier niño; ese Asier que con apenas nueve años se encerraba en
su habitación, encendía su radiocassette y cantaba ante “sus amigos invisibles”
para mostrarles su verdadera personalidad. Y ahora sus “amigos invisibles”
somos nosotros que, a través de las canciones más importantes de su vida, nos
adentramos en su realidad y fusionamos nuestras emociones con las suyas.
Gardel, Chavela Vargas, Janis Joplin, David Bowie y hasta una personal versión
del famoso Like a virgin, de Madonna.
A través de estas canciones, Asier viaja por sus recuerdos y nos cuenta sus
anhelos, sus miedos, la relación con su madre, a quien echa de menos, y la
soledad con la que vivió su niñez. Y lo hace con una energía y una vitalidad
con la que aleja los sentimientos negativos escondidos detrás de ciertas partes
de su relato y con las que, sin duda, dejan literalmente “de piedra” al
espectador.
Jamón,
tequila y ¡a bailar!
Pero, después de haber comido jamón y
de haber bebido tequila, queda la “guinda del pastel”. Y Asier la anuncia
enseguida: “¡En este teatro está
permitido bailar!”. Y suena Tu te me
dejas querer, una canción con la que hace levantar al público y con la que
consigue que éste pierda la vergüenza e imite su divertida coreografía. Ya
tiene a todo el mundo de su parte, el anhelado clímax ya ha llegado y es seguro
que será difícil de olvidar.
En la penúltima gala de los Premios Max, Asier recogió el Premio Max al mejor actor por su interpretación en La Avería.
En ese momento pronunció las siguientes palabras: “Para mí el amor es un teatro lleno”. Y,
a juzgar por El intérprete, si algo
no le falta a Asier es precisamente amor.
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