Què hi fa la manera com passen les
coses… si passen?
(Primer Amor; Samuel Beckett)
Dicen que el primer amor
nunca se olvida; que, por muchos años que pasen, siempre se recuerdan esos primeros
sentimientos que, de un día para otro, te hacen parecer más mayor. Porque
sientes que empiezas a entender algo que hasta ese momento, por tu juventud e
inocencia, aún desconocías. Y entras en otro nivel; un nivel en el que la
ilusión, los sueños y también la imaginación pasan a ser el centro de tu vida.
Lo más probable es que con el tiempo tengas otras relaciones; que conozcas
otras personas con las que vuelvas a experimentar esas “emociones” que un día
te hicieron despertar y crecer. Pero hay veces en las que esto no pasa. Porque
lo cierto es que ese primer amor también puede ser “el único amor”.
Esto es precisamente lo que
le pasa al protagonista de Primer amor,
un monólogo escrito por el dramaturgo irlandés Samuel Beckett que se puede ver
en la sala barcelonesa La Villarroel hasta el próximo 16 de junio.
Protagonizada por Pere Arquillué, uno de los actores más consagrados de la
escena catalana actual, y dirigida por Miquel Górriz y Àlex Ollé, la obra
vuelve a los escenarios después del éxito obtenido en el Festival Grec 2010, en
el que se mantuvo durante 3 semanas con el cartel de entradas agotadas y que le
valió el Premi Nacional de Teatre, el Premi Ciutat de Barcelona y el Butaca al
mejor actor.
Una
“historia de amor” diferente
A pesar de su título
romántico, Primer amor es una
tragicomedia vacía de cualquiera de los elementos bucólicos típicos de las
historias de amor. Desde el ambiente frío en el que se presenta la escena, con
un banco ocupando el espacio central y una luz artificial que recuerda a una
sala de autopsias, pasando por una prostituta bizca como objeto de deseo y con
un protagonista que es la viva antítesis de cualquier héroe que se pueda
imaginar: un ser atormentado y desagradable, traumatizado por una infancia de
la que el único buen recuerdo que guarda es su padre muerto, incapaz de tener
empatía e insensible al goce o al dolor. Pero un día conoce a Lulú y entonces
descubre que hay algo más allá de ese mundo que le parece tan insoportable. “Pienso
mucho en ella”, dice. “Una media hora cada día”. Así empieza un monólogo en el
que el sarcasmo y la ironía se mezclan para construir un relato que atrapa
desde el principio.
Y es ahí donde reside el
valor del texto. Sientes rechazo hacia ese personaje que se pasea en
calzoncillos mientras te confiesa su particular historia de amor. Pero no
puedes dejar de escucharle porque sabes que lo que dice tiene mucha verdad. Y
te va atrayendo hacia él sin que te des cuenta, poco a poco, hasta que ya estás
allí, completamente cautivado por ese ser al que ya ves como entrañable. Sin
duda a este efecto contribuye la magnífica interpretación de Arquillué quien,
con su actuación, ofrece de nuevo una auténtica lección de teatro. Y es que,
¿quién podría resistirse a esta mezcla de reflexión sobre un sentimiento
universal como es el amor y de un claro savoir
faire encima de las tablas?
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